Microficciones: Sal y viento


Mi abuela solía decir que en nuestra villa pesquera había dos clases de personas: las demasiado cobardes para siquiera imaginar aventurarse más allá del letrero oxidado que indicaba el inicio del pueblo y las suficientemente inteligentes para saber que debían irse, pero que no lo hacían por falta de valor. Yo sonreía tímidamente y me preguntaba si aquello sería cierto.

Años después de su muerte, sus palabras me acompañan cada que paseo por la playa. Disfruto ver las embarcaciones que terminan por perderse en el horizonte y, en los días más claros, imagino la vida en la costa que se extiende a lo lejos. Tan solo un pedazo de mar me separa de historias que podría descubrir, ¡de historias que podría contar! El rostro de mi abuela se dibuja en la espuma que empapa mis pantalones.

Algo ha cambiado. Una idea comienza a hilvanarse en algún recoveco inexplorado de mi mente. Sin saber bien cómo, me encuentro con los ojos cerrados y con la brisa salada sobre el rostro. Mi cabello se retuerce en remolinos, como si intentara liberarse y descubrir al nuevo ser de sal y viento que se aleja hacia lo desconocido.

Inisheer, Irlanda. 29 de julio de 2019.

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