El Ickabog. Capítulo 2: El Ickabog.

Esta es una traducción de The Ickabog por J.K. Rowling. Encuentra el original en inglés aquí.

La leyenda del Ickabog se había transmitido de una generación a otra y se había esparcido de boca en boca hasta Chouxville. Hoy en día todos conocían la historia. Naturalmente, como en todas las leyendas, cambiaba un poco dependiendo quien la contara. Como fuera, todas las historias estaban de acuerdo en que un monstruo vivía en el extremo más septentrional del país, en una zona oscura y a menudo neblinosa demasiado peligrosa para que los humanos se acercasen. Se decía que el monstruo comía niños y ovejas. A veces incluso se llevaba hombres y mujeres mayores que se extraviaban en las inmediaciones del pantano al llegar la noche.

Los hábitos y la apariencia del Ickabog cambiaban dependiendo quien lo describiera. Para algunos era parecido a una serpiente, para otros a un dragón o lobo. Algunos decían que rugía, otros que siseaba, y otros más que se deslizaba tan silenciosamente como la neblina que descendía sobre el pantano sin previo aviso.

El Ickabog, decían, tenía extraordinarios poderes. Era capaz de imitar la voz humana para atraer a los viajeros hacia sus garras. Si intentabas matarlo, podía sanar mágicamente, o dividirse en dos Ickabogs; podía volar, escupir fuego, lanzar veneno – los poderes del Ickabog eran tan grandiosos como la imaginación del narrador.



“Más vale que no salgas del jardín mientras estoy trabajando” decían a sus hijos los padres de todo el reino, “o el Ickabog ¡te atrapará y te comerá completito!” Y a lo largo de la nación, niños y niñas jugaban a luchar contra el Ickabog, o si la historia sonaba lo suficientemente convincente, tenían pesadillas donde el Ickabog era el protagonista.

Bert Beamish era un niño muy pequeño. Cuando una familia, los Dovetail, fueron a cenar una noche, el señor Dovetail los entretuvo con lo que afirmaba eran las últimas noticias del Ickabog. Esa noche, Bert, de tan solo cinco años despertó, sollozando y aterrado, de un sueño en el que los enormes ojos blanquecinos del monstruo brillaban hacia él a través del brumoso pantano en el que se hundía lentamente.

“Todo está bien, tranquilo,” susurró su madre, quien había entrado de puntillas a su habitación con una vela y ahora lo mecía sobre su regazo. “No hay ningún Ickabog, Bertie. Es solo una historia tonta.”

“¡Pe… pero el señor Dovetail dijo que han desaparecido ovejas!” hipó Bert.

“Lo han hecho,” dijo la señora Beamish, “pero no porque un monstruo las haya robado. Las ovejas no son criaturas inteligentes. Vagan por ahí hasta que se pierden en el pantano.”

“¡Pe… pero el señor Dovetail dijo que personas también desaparecen!”

“Solo quienes son lo bastante tontas como para merodear por el pantano en la noche,” dijo la señora Beamish. “Ya no sigas, Bertie, no hay tal monstruo.”

“¡Pero el señor Dovetail dijo que las personas escuchan voces fuera de sus ventanas y que para la mañana sus gallinas han desaparecido!

La señora Beamish no pudo evitar reírse.

“Las voces que escuchan son las de ladrones ordinarios, Bertie. Al norte, en las Marshlands se roban unos a otros todo el tiempo ¡Es más sencillo culpar al Ickabog que admitir que sus vecinos les roban!”

“¿Robar?” dijo Bert con un grito ahogado, sentándose sobre el regazo de su madre y mirándola con ojos solemnes. “Robar es muy malo, ¿verdad mami?”

“Muy malo sin duda,” dijo la señora Beamish, alzando a Bert y acostándolo de nueva cuenta sobre su cálida cama. “pero afortunadamente no vivimos cerca de aquellos Marshlandeces que rompen la ley.”

Recogió la vela y salió silenciosamente por la puerta de la habitación.

“Buenas noches,” murmuró desde el umbral. Usualmente hubiera agregado, “No dejes que el Ickabog te muerda,” lo que todos los padres en Cornucopia decían a sus hijos antes de dormir, pero en su lugar dijo, “Duerme tranquilo.”

Bert se quedó dormido de nuevo y no vio más monstruos en sus sueños.

El señor Dovetail y la señora Beamish eran muy buenos amigos. Habían estado en la misma clase en la escuela, y se conocía de toda la vida. Cuando el señor Dovetail supo que Bert había tenido pesadillas, se sintió culpable. Al ser el mejor carpintero en todo Chouxville, decidió tallar un Ickabog para el pequeño niño. Tenía una gran y sonriente boca llena de dientes y grandes pies con garras, y de inmediato se convirtió en el juguete favorito de Bert.

Si a Bert, sus padres, los Dovetail en la casa contigua, o a cualquier otra persona en el reino de Cornucopia les hubieran dicho que problemas terribles estaban por extenderse sobre toda Cornucopia, solo por el mito del Ickabog, se hubieran reído. Vivían en el reino más feliz del mundo ¿Qué mal podría causar el Ickabog?

Comments

Popular posts from this blog

STEMinismo: El futuro es femenino

El enigma del manuscrito Voynich

Los universos de Marina II