El Ickabog. Capítulo 3: Muerte de una Costurera.
Esta
es una traducción de The Ickabog por J.K. Rowling. Encuentra el original en
inglés aquí.
Agradecimiento a Cyntia EMM por la traducción de este capítulo.
Los
Beamish y los Dovetail vivían en un lugar llamado la Ciudad Dentro de la Ciudad. Esta era la parte de Chouxville donde
todas las personas que trabajaban para el Rey Fred tenían casas. Jardineros,
cocineros, sastres, pajes, costureras, albañiles, caballerizos, carpinteros,
lacayos y doncellas: todos ellos ocupaban pequeñas cabañas justo afuera de los
terrenos del palacio.
La
Ciudad Dentro de la Ciudad estaba
separada del resto de Chouxville por un alto muro blanco, y las puertas en el
muro permanecían abiertas durante el día, para que los residentes pudiesen
visitar a sus amigos y familia en el resto de Chouxville, e ir a los mercados.
Por la noche, las robustas puertas se cerraban, y todos en la Ciudad Dentro de la Ciudad dormían, como
el rey, bajo la protección de la guardia real.
Major
Beamish, el padre de Bert, era el jefe de la guardia real. Un guapo y alegre
hombre que montaba un caballo gris acero, acompañaba al Rey Fred, Lord
Spittleworth, y Lord Flapoon en sus viajes de cacería, que usualmente ocurrían
cinco veces a la semana. Al rey le agradaba Major Beamish, y también la madre
de Bert, porque Bertha Beamish era la chef pastelera privada del rey, un gran
honor en esa ciudad de panaderos de clase mundial. Debido al hábito de Bertha
de llevar a casa elegantes pasteles que no habían resultado perfectos, Bert era
un pequeño regordete, y a veces, lamento decirlo, los otros niños lo llamaban
‘Bola de manteca’ y lo hacían llorar.
La
mejor amiga de Bert era Daisy Dovetail. Los dos niños habían nacido con días de
diferencia, y actuaban más como hermano y hermana, que como compañeros de
juegos. Daisy era la defensora de Bert contra los abusones. Ella era flaquita
pero rápida, y estaba más que lista para pelear con cualquiera que llamara a
Bert ‘Bola de manteca’.
El
padre de Daisy, Dan Dovetail, era el carpintero del rey, reparando y
reemplazando las ruedas y ejes de sus carruajes. Como el señor Dovetail era muy
bueno tallando, también hacía algunos muebles para el palacio.
La
madre de Daisy, Dora Dovetail, era la jefa costurera del palacio - otro trabajo
de honor, porque al Rey Fred le gustaba la ropa, y mantenía a un equipo entero
de sastres ocupados en hacer nuevos trajes para él cada mes.
Fue
la gran afición del rey por las galas que condujo a un desagradable incidente,
el cual los libros de historia de Cornucopia luego registrarían como el inicio
de todos los problemas que sumergirían a ese pequeño reino feliz. Al tiempo en
que sucedió, solo un par de personas dentro de la Ciudad Dentro de la Ciudad sabían algo al respecto, aunque para
algunos, fue una terrible tragedia.
Esto
fue lo que sucedió.
El
Rey de Pluritania hizo una visita formal a Fred (aun esperando, quizá, intercambiar
a una de sus hijas por una dotación de por vida de Esperanzas de Paraíso)
y Fred decidió que debía tener un nuevo juego de ropas hechas para la
ocasión: morado mate, cubierto con encaje plateado, con botones de amatista, y
pelaje gris en los puños.
Ahora,
el Rey Fred había escuchado algo acerca de que la jefa de costureras no se encontraba
del todo bien, pero no había prestado mucha atención. Él no confiaba en nadie
más que en la madre de Daisy para coser correctamente el encaje plateado, así
que ordenó que nadie más recibiese ese trabajo. En consecuencia, la madre de
Daisy se sentó tres noches seguidas, apresurándose para terminar el traje
morado a tiempo para la visita del rey de Pluritania, y en la madrugada del
cuarto día, su asistente la encontró tendida en el suelo, con el último botón de
amatista en su mano.
El
asesor en jefe del rey llegó a dar las noticias, mientras Fred seguía tomando
su desayuno. El asesor en jefe era un hombre viejo y sabio llamado Herringbone,
con una barba plateada que colgaba casi hasta sus rodillas. Después de explicar
que la jefa de las costureras había muerto, él dijo:
“Pero
estoy seguro de que una de las otras damas será capaz de arreglar el último
botón para Su Majestad.”
Había
una mirada en los ojos de Herringbone que al Rey Fred no le gustó. Le dio una sensación
de retortijón en la boca del estómago.
Mientras
lo ayudaban a vestirse con su nuevo traje morado más tarde esa mañana, Fred trató
de hacerse sentir menos culpable hablando del asunto con Lords Spittleworth y
Flapoon. “Quiero decir, si yo hubiese sabido que estaba gravemente enferma,”
resopló Fred, mientras los sirvientes lo metían en su apretado pantalón de satín,
“naturalmente habría dejado que alguien más cosiera el traje.”
“Su
majestad es muy gentil,” dijo Spittleworth, mientras examinaba su tez cetrina
en el espejo sobre la chimenea. “Nunca ha nacido un monarca con tan bondadoso
corazón.”
“La
mujer debió haber hablado si se sentía mal,” gruñó Flapoon desde un asiento acolchonado
junto a la ventana. “Si no está en condiciones de trabajar, ella lo hubiese
dicho. Viéndolo bien, eso es deslealtad al rey. O a su traje, de cualquier
modo.”
“Flapoon
tiene razón,” dijo Spittleworth, alejándose del espejo “Nadie podría tratar
mejor a sus sirvientes que usted, señor.”
“Los
trato bien, ¿verdad?” dijo el Rey Fred con ansiedad, metiendo el estómago
mientras le abrochaban los botones de amatista. “Y después de todo, muchachos,
hoy tengo que lucir lo mejor posible, ¿no? ¡Ustedes saben lo elegante que es el
Rey de Pluritania siempre!
“Sería
un asunto de vergüenza nacional si usted estuviese menos presentable que el rey
de Pluritania,” dijo Spittleworth.
“Deje
este desafortunado incidente fuera de su mente, señor,” dijo Flapoon. “Una costurera
desleal no es razón para arruinar un día soleado.”
Aun
así, a pesar de los consejos de los dos lords, el Rey Fred no podía
tranquilizar su mente. Quizá lo estaba imaginando, pero pensó que Lady Eslanda
lucía especialmente seria ese día. Las sonrisas de los sirvientes parecían más
frías, y las reverencias de las doncellas menos profundas. Mientras su corte
festejaba esa tarde con el Rey de Pluritania, los pensamientos de Fred
regresaban a la costurera, muerta en el piso, con el último botón de amatista
aferrado a su mano.
Antes
de que Fred fuera a la cama esa noche, Herringbone tocó a la puerta de su habitación.
Después de una profunda reverencia, el asesor en jefe le preguntó si el rey
tenía intenciones de mandar flores al funeral de la señora Dovetail.
“¡Oh
- oh, sí!” dijo Fred, sorprendido. “Sí, envía una gran corona de flores, sabes,
diciendo cuánto lo lamento y así sucesivamente. Puedes organizarlo, ¿no es así,
Herringbone?”
“Desde
luego, señor,” dijo el asesor en jefe. “Y - si me permite preguntar - ¿planea visitar
a la familia de la costurera? Ellos viven, usted sabe, a unos pasos de las
puertas del palacio.”
“¿Visitarlos?”
dijo el rey pensativo. “Oh, no, Herringbone, No creo querer - quiero decir, no estoy
seguro de que esperen eso.”
Herringbone
y el rey se miraron por unos segundos, luego el asesor en jefe hizo una reverencia
y dejó la habitación.
Ahora,
como el Rey Fred estaba acostumbrado a que todos le dijeran lo maravilloso que era,
no le gustó el ceño fruncido con el que dejó la habitación el asesor en jefe. Comenzó
a sentirse enfadado en vez de avergonzado.
“Es
una pena,” le dijo a su reflejo, regresando al espejo en el que se había estado
cepillando su bigote antes de dormir, “después de todo, yo soy el rey y ella
era una costurera. Si yo muriera, no esperaría que ella -“
Pero
entonces se le ocurrió que, si él muriese, esperaría que todos en Cornucopia
dejaran lo que estuviera haciendo, vistieran de negro y lloraran durante una
semana, tal como lo habían hecho por su padre, Richard el Justo.
“Bueno,
de todas formas,” dijo impaciente a su reflejo, “la vida sigue.” Se puso su
gorro de seda, subió a su cama con dosel, apagó la vela y se quedó dormido.
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