El Ickabog. Capítulo 5: Daisy Dovetail.

Esta es una traducción de The Ickabog por J.K. Rowling. Encuentra el original en inglés aquí.

Durante algunos meses después de la inesperada muerte de la señora Dovetail, los sirvientes del rey se dividieron en dos grupos. El primer grupo susurraba que el Rey Fred era el culpable de su muerte. El segundo prefería creer que había alguna clase de error, y que el rey no podía haber sabido cuan enferma estaba la señora Dovetail, antes de ordenar que ella debía terminar su traje.

La señora Beamish, la chef pastelera, pertenecía al segundo grupo. El rey siempre había sido muy agradable con la señora Beamish, algunas veces incluso la había invitado al comedor para felicitarla por algún lote de Delicias de Duques o Caprichos Sin Sentido particularmente exquisito. Estaba segura de que era un hombre amable, generoso y considerado. 

“Recuerda mis palabras, alguien olvidó dar un mensaje al rey,” le dijo a su esposo, Major Beamish. “Él nunca haría trabajar a un sirviente enfermo. Sé que se ha de sentir absolutamente terrible por lo que pasó.” 

“Sí,” dijo Major Beamish, “Estoy seguro de que lo siente.” 

Como su esposa, Major Beamish quería pensar lo mejor del rey, porque él, su padre, y su abuelo antes que él, habían servido con lealtad en la Guardia Real. Entonces, a pesar de que Major Beamish veía al Rey Fred bastante alegre después de la muerte de la señora Dovetail, cazando tan regularmente como siempre, y aunque Major Beamish sabía que los Dovetail habían sido reubicados a una casa cerca del cementerio, intentó creer que el rey lamentaba lo que le había ocurrido a su costurera, y que no había tenido nada que ver con la mudanza de su esposo e hija. 

Nadie sabía lo que el señor Dovetail pensaba sobre su nueva casa, o sobre el rey. Nunca discutía de estos asuntos con sus compañeros, se limitaba a cumplir con su trabajo, ganar dinero para mantener a su hija y a criar a Daisy lo mejor que podía sin su madre. 

Daisy, a quien le gustaba ayudar a su padre en el taller de carpintería, siempre había sido feliz en guardapolvo. Era la clase de persona a la que no le molestaba ensuciarse y no estaba interesada en la ropa. Pero en los días que siguieron al funeral, usó un vestido diferente cada día para llevar un ramillete fresco a la tumba de su madre. Cuando vivía, la señora Dovetail siempre había intentado que su hija luciera “como una pequeña dama”, y le había hecho varios vestidos hermosos. Algunas veces de la tela sobrante que el Rey Fred le permitía quedarse después de que hubiera terminado sus magníficos trajes. 

Así fue como pasó una semana, después un mes, y después un año, hasta que los vestidos que su madre le había confeccionado fueron muy pequeños para Daisy. Aun así, los conservaba cuidadosamente en el armario. Otras personas parecían haber olvidado lo que le había pasado a Daisy, o se habían hecho a la idea de que su madre ya no estaba. Daisy pretendía haberse acostumbrado también. En la superficie, su vida regresó a algo parecido a la normalidad. Ayudaba a su padre en el taller, hacía sus tareas y jugaba con su mejor amigo, Bert, pero nunca hablaban de su madre, y nunca hablaban del rey. Cada noche, Daisy se acostaba con los ojos fijos en la distante lápida blanca, que brillaba bajo la luz de la luna, hasta quedarse dormida.

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