El Ickabog. Capítulo 6: La Pelea en el Jardín.
Esta es una traducción de The Ickabog por J.K. Rowling. Encuentra el original en inglés aquí.
Agradecimiento a Cyntia EMM por la traducción de este capítulo.
Había un jardín detrás del palacio donde los pavorreales caminaban, las fuentes salpicaban, y las estatuas de antiguos reyes y reinas montaban guardia. Mientras no jalaran las colas de los pavorreales, saltarán en las fuentes, o treparan a las estatuas, los hijos de los sirvientes del palacio tenían permitido jugar en el jardín después de la escuela. Algunas veces Lady Eslanda, a quien le gustaban los niños, llegaba y hacía cadenas de margaritas con ellos. Pero lo más emocionante de todo era cuando el Rey Fred salía a su balcón y los saludaba, lo que hacía que todos los niños lo aclamaran, se inclinaran, y reverenciaran como sus padres les habían enseñado.
La única ocasión en que los niños callaban, detenían sus juegos de rayuela, y dejaban de fingir que luchaban contra el Ickabog, era cuando los lords Spittleworth y Flapoon pasaban por el jardín. Estos dos lords no eran adeptos a los niños en absoluto. Ellos pensaban que los pequeños mocosos hacían demasiado ruido al final de la tarde, que era precisamente el momento en el que Spittleworth y Flapoon gustaban de tomar una siesta entre la caza y la cena.
Un día, poco después del séptimo cumpleaños de Bert y Daisy, cuando todos estaban jugando como solían hacerlo entre las fuentes y los pavorreales, la hija de la nueva jefa costurera, quien vestía un hermoso vestido de brocado rosa, dijo:
“¡Oh, espero que el rey nos salude hoy!”
“Bueno, yo no” dijo Daisy, quien no pudo evitarlo, y no notó que tan alto lo había dicho.
Todos los niños dieron un grito ahogado y voltearon a mirarla. Daisy sintió calor y frío a la vez al ver cómo la fulminaban con la mirada.
“No debiste decir eso,” susurró Bert. Ya que estaba parado junto a Daisy, los otros niños también lo miraban a él.
“No me importa,” dijo Daisy, los colores subiéndole a la cara. Ya lo había empezado, así que lo terminaría. “Si él no hubiese hecho trabajar tan duro a mi madre, ella seguiría con vida.”
Daisy sintió que había esperado a decir eso en voz alta desde hacía mucho tiempo.
Hubo otro grito ahogado de todos los niños que la rodeaban, y hasta la hija de una doncella chilló de terror.
“Es el mejor rey de Cornucopia que hemos tenido,” dijo Bert, quien había escuchado a su madre decirlo varias veces.
“No, no lo es,” dijo Daisy en voz alta. “¡Es egoísta, vanidoso, y cruel!”
“¡Daisy!” susurró Bert, horrorizado. “¡No seas - no seas tonta!”
Fue la palabra ‘tonta’ la que lo hizo. ‘Tonta’, ¿cuando la hija de la nueva jefa costurera sonreía y susurraba detrás de su mano a sus amigos, mientras apuntaba al overol de Daisy? ‘Tonta’, ¿cuando su padre limpiaba sus lágrimas en las tardes, pensando que Daisy no lo veía? ‘Tonta’, ¿cuando para hablar con su madre tenía que visitar una fría y blanca lápida?
Daisy alejó su mano por un momento, y golpeó a Bert en la cara.
Entonces el mayor de los hermanos Roach, cuyo nombre era Roderick y ahora vivía en la antigua habitación de Daisy, gritó: “¡No dejes que se salga con la suya, Bola de Manteca!” e instó a todos los chicos a gritar ‘¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea!’
Aterrorizado, Bert dio un empujón a medias al hombro de Daisy, a ella le pareció que la única cosa que podía hacer era lanzarse contra Bert, y todo se convirtió en polvo y codos hasta que de pronto los dos niños fueron apartados por el padre de Bert, Major Beamish, quien corrió fuera del palacio al escuchar la conmoción, para averiguar qué estaba sucediendo.
“Terrible comportamiento,” murmuró Lord Spittleworth mientras pasaba junto al comandante y a los dos sollozantes, y problemáticos niños.
Pero al alejarse, una amplia sonrisa se extendió sobre la cara de Lord Spittleworth. Era un hombre que sabía aprovechar una situación para darle buen uso, y creyó que había encontrado una forma de desterrar a los niños - o al menos a algunos de ellos, - del jardín del palacio.
Comments
Post a Comment