El Ickabog. Capítulo 7: Lord Spittleworth Cuenta Cuentos

Esta es una traducción de The Ickabog por J.K. Rowling. Puedes leer el original en inglés aquí.

Agradecimiento a Cyntia EMM por la traducción de este capítulo.


Esa noche, los dos lords cenaron, como siempre, con el Rey Fred. Después de una ostentosa comida de venado de Baronstown, acompañado por el mejor vino de Jeroboam, seguido por una selección de quesos de Kurdsburg y algunas ligeras ​Cunas de Hadas de la señora Beamish, Lord Spittleworth decidió que el momento había llegado. Aclaró su garganta, y dijo:

“Espero, Su Majestad, que no fuese molestado por esa desagradable pelea entre los niños en el jardín esta tarde.”

“¿Pelea?” repitió el Rey Fred, quien había estado hablando con su sastre sobre el diseño de una nueva capa, y por lo tanto no había escuchado nada. “¿Qué pelea?”

“Oh cielos... creí que Su Majestad sabía,” dijo Lord Spittleworth, pretendiendo estar sorprendido. “Quizá Major Beamish pueda contarle todo al respecto.”

Pero el Rey Fred estaba más divertido que molesto.

“Oh, creo que los enfrentamientos entre los niños son muy habituales, Spittleworth.” Spittleworth y Flapoon intercambiaron miradas a espaldas del rey, y Spittleworth lo intentó de nuevo.

“Su Majestad es, como siempre, la misma alma de la bondad,” dijo Spittleworth.

“Por supuesto, algunos reyes,” Flapoon murmuró, quitándose las migajas de su chaleco, “si hubieran escuchado que un niño habló de la corona tan irrespetuosamente...”

“¿Cómo es eso?” exclamó Fred, su sonrisa desapareció de su rostro. “¿Un niño habló de mi... irrespetuosamente?” Fred no podía creerlo. Estaba acostumbrado a que los niños gritaran de emoción cuando salía al balcón a saludarlos.

“Eso creo, Su Majestad,” dijo Spittleworth, mirándose las uñas, “pero como lo mencioné... fue Major Beamish quien separó a los niños... él tiene todos los detalles.”

Las velas chisporrotearon​ ​un poco en sus candeleros de plata.

“Los niños... dicen toda clase de cosas, por diversión,” dijo el Rey Fred. “Sin duda el niño no intentaba dañar.”

“Suena como traición para mí,” gruñó Flapoon.

“Pero,” dijo Spittleworth rápidamente, “es Major Beamish quien conoce los detalles. Flapoon y yo pudimos, quizá, haber oído mal.”

Fred sorbió su vino. En ese momento, un lacayo entró a la habitación para retirar los platos de pudín.

“Cankerby,” dijo el Rey Fred, que era el nombre del lacayo, “trae a Major Beamish.”

A diferencia del rey y de los dos lords, Major Beamish no comía siete platos para cenar cada noche. Él había terminado su cena hacía horas, y estaba listo para ir a la cama cuando el llamado del rey llegó. El comandante cambió su pijama por su uniforme apresuradamente, y corrió de vuelta al palacio, donde el Rey Fred, Lord Spittleworth, y Lord Flapoon se habían retirado al Salón Amarillo. Estaban sentados en sillones de satín, bebían más vino de Jeroboam y Flapoon, comía un segundo plato de ​Cunas de Hadas.

“Ah, Beamish,” dijo el Rey Fred, mientras el comandante hacía una profunda reverencia. “Escuché que hubo un pequeño alboroto en el jardín esta tarde.”

El corazón del comandante se hundió. Esperaba que la noticia de la pelea de Bert y Daisy no hubiese llegado a los oídos del rey.

“Oh, en realidad no fue nada, Su Majestad,” dijo Beamish.
“Vamos, Vamos, Beamish,” dijo Flapoon. “Deberías estar orgulloso de que enseñaste a tu hijo a no tolerar a los traidores.”

“Yo... no se trata de traición,” dijo Major Beamish. “Ellos solo son niños, mi lord.”

“¿Entiendo que tu hijo me defendió, Beamish?” dijo el Rey Fred.

Major Beamish estaba en una desafortunada posición. No quería decirle al rey lo que había dicho Daisy. Independientemente de su lealtad al rey, él entendía bien por qué la huérfana de madre sentía lo que sentía por Fred, y la última cosa que él quería hacer era meterla en problemas. Al mismo tiempo, él estaba muy consciente que había veinte testigos que podían decirle al rey exactamente lo que Daisy dijo, y estaba seguro que, si mentía, Lord Spittleworth y Lord Flapoon le dirían al rey que él, Major Beamish, era también desleal y traicionero.

“Yo... sí, Su Majestad, es verdad que mi hijo Bert lo defendió,” dijo Major Beamish. “Sin embargo, seguramente se debe tener concesión a la niña que dijo... lo desafortunado sobre Su Majestad. Ella ha pasado por muchos problemas, Su Majestad, e incluso los adultos infelices podrían hablar incontrolablemente a veces.”

“¿Por qué tipo de problemas ha pasado la niña?” preguntó el Rey Fred, quien no podía imaginar ninguna buena razón para que un súbdito hablara groseramente de él.

“Ella... su nombre es Daisy Dovetail, Su Majestad,” dijo Major Beamish, mirando sobre la cabeza del Rey Fred hacia una pintura de su padre, el Rey Richard el Justo. “Su madre era la costurera quien –“

“Sí, sí, lo recuerdo,” dijo el Rey Fred en voz alta, cortando a Major Beamish. “Muy bien, eso es todo, Beamish. Vete.”

Un poco aliviado, Major Beamish reverenció profundamente de nuevo y cuando estaba alcanzando la puerta escuchó la voz del rey.

“¿Qué dijo ​exactamente l​a niña, Beamish?”

Major Beamish se detuvo con la mano en la manija de la puerta. No había nada más que decir la verdad.

“Ella dijo que Su Majestad es egoísta, vanidoso y cruel,” dijo Major Beamish.

Sin atreverse a mirar al rey, dejó la habitación.

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