Memorias I

Sheffield, Inglaterra. 15 de septiembre de 2015 

Desde el asiento trasero de un taxi (o hackney carriage o black cab, como le llaman a los clásicos taxis negros de Inglaterra) contemplé las calles y avenidas que se desdoblaban ante mí. En aquel primer momento, la ciudad en los que pasaría los siguientes cinco años me pareció oscura, imponente y hasta atemorizante. “¿Qué hago aquí? ¿En qué momento pensé que esto sería buena idea?”, estas dos preguntas comenzaron a revolotear en mi mente. El trayecto a mi hospedaje en lo alto de una colina me pareció eterno. A mi derecha, la fila de casas de fachadas idénticas se extendía hasta donde la curva y las farolas dejaban ver. A mi izquierda solo árboles y la ocasional vista de las luces de la ciudad a través de ellos. 

Finalmente, el taxi se detuvo y salí a la noche que anticipaba el otoño. Arrastré las maletas cuesta arriba hasta encontrar la casa que buscaba y toqué el timbre. Un hombre bajo, D, me recibió con una sonrisa y rápidamente me ayudó a meter las maletas y ofrecerme la cena. Su esposa e hija ya dormían pues era tarde, así que D me mostró el comedor y me invitó a sentarme mientras él calentaba la cena. Comí la chuleta con verduras al horno con D de compañía. Un hombre bastante peculiar y de plática amena. Recuerdo que aquella fue la primera vez que probé sweet potato, camote, que no me gustó para nada. Aún hoy lo evito y solo me parece soportable si es frito. 

Después de la cena, D me llevó al que sería mi cuarto durante la semana, mientras encontraba un lugar permanente, y deseó buenas noches después del largo viaje. Habiendo tomado un baño, apagué las luces y me metí en la cama. El tenue resplandor anaranjado de la farola frente a mi ventana y el silencio de la noche me hicieron entrar en ese sopor característico de cuando después de un día agitado al fin llegas a casa. Excepto que esta vez, no estaba en casa. “¿Qué hago aquí? ¿En qué momento pensé que esto sería buena idea?”, un escalofrío me recorrió al darme cuenta de lo lejos que estaba de todo lo que conocía. Familia, amigos, otra vida a un océano de distancia. 

Intenté dormir con aquellas preguntas aún en mente, tratando de convencerme de que todo lo que sentía y pensaba era tan solo producto del cansancio. Cerré los ojos con el deseo de que, en cuanto el sol se colara por la ventana, se disiparían mis dudas y temores…

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