Sobre el peligro de estar cuerda
Tuve un bloqueo lector desde hace tres semanas que no parecía solucionarse por más que lo intentara. Empezaba libros al azar y ninguno parecía atraparme lo suficiente aunque fueran de los que deseaba leer desde hace tiempo. Intenté no presionarme demasiado pues sabía que el indicado llegaría. Desde el año pasado, comencé a leer mayormente por coincidencias. Libros que llegaban a mi inesperadamente o que parecían rondarme insistentemente hasta que decidía abrir sus páginas. Así llego 'El peligro de estar cuerda' de Rosa Montero.
La coincidencia comenzó hace varios días cuando en twitter leí a la autora. Agradecía a algunos lectores y compartía uno que otro comentario. Pensé en su libro 'La ridícula idea de no volver a verte', que leí hace unos años, y el cuánto me gustó en su momento. Recordé que 'El peligro de estar cuerda' estaba en mi lista de lecturas pendientes e hice una nota mental de revisarlo. Cosa que olvidé, por supuesto. La coincidencia definitiva llegó unos días después escuchando una entrevista a Daniela Romo. Durante su conversación con Adela Micha habló un poco sobre este libro y de lo mucho que le había gustado. La tormenta perfecta que pondría fin a mi bloqueo lector al fin se había desencadenado.
Cuando comencé 'El peligro de estar cuerda', no sabía qué esperar y así fue como me encontré con una colección de frases y pensamientos que parecían haber sido escritos para mi. Ideas sobre la creatividad, la intensidad y otros conceptos más que me han acechado desde hace tiempo, cada que me pregunto ¿por qué soy como soy?
Si de algo estoy segura es que vivo y deseo vivir muchas vidas. Dentro de mi mente habitan distintas versiones de mi persona. Algunas aparecen para quienes son cercanos, otras las reservo solo para mi y muchas más son tan solo fantasmas que vagan el mundo de lo que pudo ser. En mi cuerpo habitan dos Adrianas principales. La primera versión, la Adriana científica y racional y que se muestra la mayoría del tiempo. La otra, la Adriana escritora y emocional que sale a relucir de cuando en cuando y solo ante algunos. Supongo que para este texto ha tomado control esta última y ahora la conocerás un poco mejor. A veces pareciera extraño que dos Adrianas tan contratantes residan dentro de mi, pero durante los últimos años he descubierto la razón. Ambas son caras de una misma moneda: la creatividad.
Imaginar escenarios catalizados por la pregunta ¿qué pasaría sí? es algo que me viene fácil. Para bien y para mal, como se menciona en el libro. Por ejemplo, antes de irme de México solía sufrir de episodios de ansiedad nocturna producidos por imágenes catastróficas que conjuraba a mitad de la noche. Un momento intentaba dormir y al siguiente imaginaba que lo peor ocurría. Ante la perspectiva de irme de casa, miles de kilómetros a través del océano, parte de mi temía que esta situación se recrudeciera. Estaría sola ante lo desconocido. Afortunadamente no fue el caso. Aún sigo experimentando repentinos pensamientos pesimistas, pero no tan intensos ni tan frecuentes. Cuando sucede, basta con repetirme que si lo puedo imaginar con tal claridad y detalle, seguramente nunca se hará realidad. Lo que imaginamos suele ser mil veces peor que lo que puede en verdad suceder.
Así como aparecen esos escenarios, donde una rama cae sobre mi en un día de ventisca o donde enfermo y no hay quien llame a emergencias, también surgen en mayoría los que se convierten en imaginaciones Technicolor llenas de vida. El material del que están hechos los sueños y las historias. He vivido mil y un vidas en tan solo un instante. He presenciado mundos paralelos durante paseos por ciudades que no conozco, en trayectos de tren a través de la campiña inglesa o al cerrar los ojos mientras me quedo dormida. Relatos que narro a mi misma y solo en algunas ocasiones quedan plasmados en tinta sobre papel.
Una de las primeras formas en las que reconcilié aquellos mundos invisibles fue cuando comencé a visitar los lugares donde ocurrían las historias ficticias de los libros, películas y series que tanto me gustan. Pensar en que camino al lado de aquellos personajes fue la chispa que necesitaba para encender esa llama creativa literaria. Fue a partir de aquella primera experiencia —cuando visité mi Londres ficticio en Diciembre de 2015 del que les contaré en algún otro momento— que mi mente comenzó a llenarse de historias más claras, más reales. Otra tormenta perfecta en mi camino como autodenominada escritora.
Por otra parte, se suele concebir a los científicos como seres puramente racionales: mente ante corazón. Aunque es parte es cierto, la creatividad es parte nuclear de la investigación científica. En lugar de historias y vidas alternas, se piensa en posibles resultados ¿Qué pasaría si mezclo esto con esto otro? ¿Cómo podría hacer que este material tenga estas características? Creatividad guiada por el conocimiento. Las múltiples posibilidades reducidas a un puñado de probables soluciones. Hasta ahora, ha sido la creatividad la que ha guiado mis pasos tanto profesional como personalmente.
Las circuitos neuronales que se encienden incesantes mientras me hallo en aquel otro mundo de posibilidades hacen que en ocasiones contemple la realidad a través de una lente de intensidad inaudita. Como relata Rosa en su obra, estos momentos oceánicos son instantes de una "trascendente intensidad, cuando tu yo se borra y la piel, frontera de tu ser, se desvanece, de manera que te parece sentir que las células de tu cuerpo se expanden y se fusionan con las demás partículas de universo".
La primera vez que viví uno de estos momentos rondaba por ahí de los ocho años. Caminaba de la mano de mis papás, cada mano sujeta a una de ellos, por una avenida que solíamos transitar ya fuera para ir al supermercado, al centro comercial o a visitar a los tíos. Cosa de todos los días, vamos. Mientras balanceaba los brazos al caminar comencé a observar a los demás transeúntes, miré a mi papá a la izquierda y a mi mamá a la derecha, contemplé mis manos envueltas en las suyas, las grietas del pavimento, los autos que corrían hacia un lugar desconocido… Entonces, un escalofrío recorrió mi cuerpo y sentí una ingravidez desconocida. Como si estuviera "al borde de la revelación".
Desde entonces he sentido aquello mismo ocasionalmente, pero tan solo un par de veces he intentado explicarlo a otros sin éxito. Fue reconfortante descubrir que esos momentos tienen un nombre y que no solo es mi loca mente que los conjura. Resultó esclarecedor encontrar al fin las palabras que describen a la perfección aquello que he sentido desde la infancia. Creo que es por todo esto que el 'El peligro de estar cuerda' resonó tan intensamente en mi. Pareciera como si algunos de mis pensamientos inconexos hubieran sido expulsados a través de cada poro. Cientos de impulsos eléctricos liberados al universo y que ahora regresaban a mi como ecos solidificados en esta obra que se ha convertido en una de mis favoritas. Condensados en un mensaje de "no estás sola".
Imagino historias constantemente en mi cabeza. Convivo con distintas Adrianas: la científica y la escritora; las Adrianas del pasado y las del futuro; infinitas versiones que colapsan en el cuerpo y mente que escriben esto. Antes sentía que solo podía ser una de ellas, pero poco a poco he descubierto que soy todas ellas. Soy quien soy; quien quiero ser.

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